La producción ganadera intensiva y otras industrias alimenticias generan residuos orgánicos críticos. Un empresario argentino logró un desarrollo que está revolucionando el campo argentino: los convierte en energía y en insumos dolarizados con un muy bajo costo de inversión y mantenimiento.
Con rellenos sanitarios colapsados, napas de agua contaminadas y un proceso de crisis climática producto de décadas de polución ambiental sistemática, pensar soluciones que mitiguen esta situación se volvió urgente para la agenda global. En este contexto, un emprendedor argentino logró una suerte de utopía: no solo reducir prácticamente a cero el efecto contaminante de los efluentes y desechos orgánicos sino que fue más allá y logró convertirlos en insumos de alto valor estratégico: energía y fertilizantes.
“Cambiamos el concepto de efluente a materia prima”, sintetiza su logro Diego Barreiro, CEO de una pyme familiar que luego de casi dos décadas de trabajo de investigación patentó su línea de biodigestores. Vinculado a la industria porcina, dos décadas atrás comenzó a buscar soluciones a las enormes cantidades de heces que genera la cría de cerdos a gran escala. Aunque también –aclara- es igualmente de eficiente para tratar la vinaza (residuo de la producción azucarera y/o vitivinícola) o el suero resultante de la producción láctea.
“La solución tradicional es verter en lagunas a cielo abierto esas deposiciones hasta que se desactiva su potencial contaminante. Pero no es así: el olor intenso que se siente al pasar por un criadero es el metano que se libera a la atmósfera. Contaminante que perdura hasta 99 años sin degradarse en la atmósfera y contribuye al efecto invernadero”, explicó Barreiro.
Con su desarrollo, Barreiro no solo logró suprimir todo ese contaminante sino que le dio valor agregado. “Todo el ‘bosteo’ de los animales en lugar de liberarse a la atmósfera se introduce en el biodigestor que es como un estómago que empieza a procesar ese ‘alimento’ y a generar gas que se retira y almacena en un equipo complementario”, explicó el desarrollador de la patente y CEO de Biomax.
Con estos equipos utilizados para procesar heces de vacas –en un feedlot, por ejemplo- se obtiene entre un 65 y un 71% de metano. “Y en lo que es producción de porcinos y basura orgánica, estamos en un 70 a un 85% de metano. O sea que nos queda un biogas muy rico al que –además- le retiramos el dióxido de carbono, un gas que es 29 veces menos contaminante que el metano”.
El gas metano se utiliza entonces para alimentar la planta motriz de los criaderos –pueden llegar a generar 800Kw por día, según el volumen de desperdicios- “y para calefaccionarlos, porque la temperatura de crianza del cerdo debe ser todo el año de 28 grados”. Ese gas también se almacena y puede ser utilizado en líneas de tractores lanzadas recientemente que utilizan GNC como combustible.
Pero más allá de la obtención del gas, el proceso continúa dentro de la estructura del biodigestor. En la larga bolsa de unos 6 metros de diámetro y entre 25 y 40 de largo construida con tela especial que desarrolló Biomax, las bacterias siguen degradando las heces y desactivando su poder contaminante hasta que… en el otro extremo sale BIOL.
El BIOL es un biofertilizante rico en fósforo, nitrógeno y potasio conocido como NKP. Se trata de un abono para cosechas sumamente rico en fitohormonas. “Tengo un cliente que con la primera cosecha, solo con este fertilizante, amortizó el costo del equipo. Nos contó que su rendimiento era de 39 quintales de soja por hectárea (tiene 300) y con el BIOL logró 41 quintales”, agregó Barreiro. “Y el productor de cerdos, si no le interesa el fertilizante, seguramente tiene un vecino al que sí”, acota.
Este ejemplo ideal de la “economía circular” se logró con un desarrollo nacional, de una pyme familiar, que hoy compite en eficiencia y practicidad con sus pares de países como Alemania y que está en proceso de expandir con filiales de su empresa “en Paraguay, Perú y Europa”. En un país como la Argentina, con producción agrícolo-ganadera intensiva, podría adquirir la cualidad de “estratégico”.
Y está siendo aplicada en varias provincias del país, principalmente en productores agropecuarios –como se dijo- pero también en empresas multinacionales industriales que generan cantidades importantes de desperdicios orgánicos “y quieren certificar como Empresa B”. Es decir: aquellas compañías que además de un rédito económico buscan un impacto positivo en sus comunidades con el cuidado del ambiente como prioridad, calificación que las posiciona mejor en muchísimo aspectos (desde financieros a posibilidades de marketing).
A esto debe agregársele lo accesible de la inversión inicial (en torno a los 30 mil dólares), la vida útil del equipo (10/15 años) y el bajo costo operativo y de mantenimiento: una persona debe dedicarle únicamente 10 minutos al día.
Al lograr transformar desperdicios -cuyo tratamiento tradicional genera un enorme impacto ambiental- en biogas y -a la vez- en un insumo dolarizado como el fertilizante, el biodigestor también despertó interés en espacios institucionales y administraciones públicas. “Varios municipios del país nos expresaron su interés –a la luz de los Objetivos de Desarrollo Sustentable de la ONU- en nuestro sistema para empezar a aliviar sus rellenos sanitarios. Es la nueva etapa que empezamos a transitar”, concluyó Barreiro.