La reciente irrupción de #eleternauta y #Adolescencia en la pantalla de #Netflix provocó algo más que récords de visualización. Para la especialista en educación y asistente social María Virginia Calvo, ambas series tienen un mensaje en común que interpela directamente al sistema educativo: “Nadie se salva solo”, dice la icónica frase de El Eternauta, pero también podría ser el lema que desnuda los fracasos de la escuela retratada en Adolescencia
“La clave del éxito internacional de ambas producciones —afirma Calvo— no está solo en su altísima calidad técnica y artística, sino en que ambas logran conectar con emociones universales, tan inherentes a la humanidad como a cada comunidad que las recibe. Y lo hacen con una mirada compleja, profunda, donde cada detalle está cargado de sentido. No hay azar en ninguna de las dos. Todo lo que vemos, tiene algo para decirnos”.
En El Eternauta, el personaje principal sobrevive a una catástrofe que asola al planeta. Pero no lo hace solo. Lo logra gracias al entramado colectivo que se teje en un contexto hostil. El mensaje es claro: ningún individuo, institución o sistema puede salvarse solo. En la ficción educativa de Adolescencia, ese lema se transforma en una dramática advertencia.
“En la escuela de Adolescencia —explica Calvo— se intenta dejar la realidad afuera, desesperadamente. Pero la realidad se filtra, una y otra vez, sin remedio”. En uno de los momentos más duros de la serie, el director intenta minimizar un crimen ocurrido entre alumnos, mientras la policía busca explicaciones dentro del propio establecimiento. Los docentes, entre la indiferencia y la negación, continúan sus clases como si nada hubiese pasado. “Intentan seguir como si no tuvieran nada que ver, como si pudieran salvarse solos”, sentencia la especialista.
Calvo señala que los alumnos de Adolescencia son víctimas de múltiples formas de violencia: bullying ante la mirada cómplice de adultos que no intervienen, aislamiento social, y una exposición tóxica a redes sociales frente a la cual los adultos se declaran impotentes. “La escuela —advierte— se convierte en un espacio donde se protege más el status quo que la integridad emocional y física de los chicos”.
Y aún con esos contrastes, ambas series convergen en algo fundamental: una mirada integral, tanto microscópica como panorámica. “Hay una intencionalidad muy clara en mostrar lo que sucede en cada detalle, sin reducir la complejidad a fragmentos. Y eso es algo que deberíamos trasladar a nuestras instituciones educativas. Mirar a cada alumno como sujeto único, sin perder de vista el contexto institucional, grupal, social y cultural en el que se encuentra”, sostiene Calvo.
Uno de los pasajes más simbólicos de Adolescencia lo revela con crudeza: mientras un cartel en la entrada de la escuela dice “Hola” en todos los idiomas, una docente le dice a una alumna en crisis que “hubiera sido mejor que te quedaras en tu casa”. Esa desconexión entre el mensaje institucional y la práctica cotidiana es, para Calvo, un reflejo de muchas escuelas reales.
Para ella, la educación debe proponerse “una escuela en paz, un aula en paz, un recreo en paz”, donde el trabajo docente tenga como objetivo sostenido y sistemático el fortalecimiento del lazo social. “No basta con trabajar estos temas en efemérides o cuando explotan. Hay que construir una pedagogía del vínculo, de la comunidad, que trascienda niveles educativos y se adapte a cada edad, pero sin perder continuidad”.
“Tenemos que trabajar para cambiar lo que haya que cambiar —concluye Calvo—. Que ‘nadie se salva solo’ no quede como un slogan pegadizo, sino que se convierta en una verdadera consigna de trabajo. En la ciudad, en la comunidad, en la escuela, en cada aula. Solo así dejaremos de reproducir ficciones dolorosas y empezaremos a construir realidades re-conocidas”.